sábado, 27 de abril de 2013

Anécdotas de una vida analógica (Reloaded)

Fui a una casa que arregla y vende controles remotos a arreglar mi control remoto, pero al final por supuesto compré uno. El lugar es algo así como el gran mini mundo del control remoto; un cuchitril repleto de pilas, fundas para controles remotos (los podés golpear y no se rompen, según pude comprobar empíricamente) y más cosas relacionadas con el mundo del control remoto. Se regatea, hay descuentos por simpatía o insistencia y un empleado que ofrece "plastificar" los controles remotos "para que queden sellados", entre otras maravillas del pasado reciente aún activas que suceden cuando caes por una grieta de tu mente activa en determinados lugares del barrio de Once.
En una sobreactuación del viaje en el tiempo mental, justo delante de mí en la cola de clientes había una señora muy coqueta, octogenaria de pasado boquitas pintadas a la Puig. Tenía un manojo enorme de, por supuesto, controles remotos que sacó de su regia cartera de charol. "Este es de la videograbadora", explicó como si estuviéramos en 1990. "No me gustan los devedés porque no te dejan grabar cosas de la tele, ya los fabrican así, prohibiendo algo, o pensando que todos preferimos bajar cosas de Internet", se quejó casi iracunda, pero sonriendo.
 Finalmente se llevó: sus controles remotos arreglados, una funda para contener dos controles remotos (los podés golpear y no se rompen, lo comprobó empíricamente), pilas "que duran casi para siempre", según el vendedor y cinco pesos de "bonificación para la próxima vez". Después fue mi turno, conseguí una rebaja de 30 pesos por mi control remoto más la funda y salí a la calle repleta de gente hostil. Los cajeros automáticos no querían darnos nuestro dinero, las damas abrazábamos las carteras por si acaso, los autos no respetaban los semáforos, nos rodeaba una bruma generada por el olor a caca de perro y basura podrida bajo el sol. Es 2013 otra vez.

miércoles, 24 de abril de 2013

La vuelta a casa en hora pico me regaló un rato de cine en el colectivo


Ella trasmite tragedia. Su pelo mal teñido, el tono elevado de sus confidencias sórdidas. Dice: "ese porro pega mal, lo mezclan con raid". Está parada al lado de mi asiento y gesticula cuando habla, tengo miedo de que me ponga un codazo en los anteojos. Bambolea su panza prensada en la remera de modal y cuenta a los gritos por celular que "coca cola y bicarbonato pegan como merca". Me tengo que bajar, me da miedo pedirle permiso para pasar. No la quiero interrumpir. No sé. O quiero saber a dónde va. Timbre, parada, chau.

sábado, 20 de abril de 2013

Lo narrativo vs lo maternal

#HijoDe10 y #SobrinoDe11 pasaron una hora y media jugando a pegarse pelotazos. Arrancaron de pie, enérgicos, repletos de brillo infantil. Al final ya estaban sentados, despatarrados en el piso, criando moretones, muertos de risa como dos minihombres re punks. Parlamentaban entre golpes de balón: Pum, "esa te dolió, jajaja". Repum, "a vos te duele, soy muy malo".
Heridos y divertidos, comenzaron a tirarse pedos, una nueva competencia viril. Ahora me pelean a mí, les gusta contestar a todo que no. "Los quiero", "Yo no, jaaaaaaaá". "¿Quieren merendar?", "Noooo" y ya están a mi alrededor jadeando como perros, mirando los cereales.
Sobrino, picante, dice: "Mi merienda es mejor porque la hizo mi tía". Hijo, punzante, replica: "Es mi mamá". Sobrino remata: "Sí, pero como tía es mejor". Hijo, con cara de Buster Keaton: "Eso es verdad".